El misticismo y sus potencialidades

>> sábado, 11 de abril de 2009

Todos nosotros hemos tenido experiencias en las que nos damos cuenta que somos algo más de lo que creemos que somos. Esas experiencias, su cúmulo de posibilidades, sus aportaciones para que cada quien llegue a definirse a sí mismo, para que cada uno de nosotros pueda dar ese salto cualitativo que implica ser persona es lo que quiero entender como misticismo.

Uso la palabra misticismo con toda la fuerza que ello implica y ha implicado para los seres humanos desde que existimos.

Me parece que no estoy demasiado alejado al afirmar que esas experiencias místicas individuales en la acumulación histórica socializada han hecho de la humanidad lo que es actualmente. Y, en este punto tengo que aclarar algo importante. No asocio la experiencia mística con la experiencia religiosa. Más bien es al revés, la experiencia religiosa se ha apropiado e institucionalizado algunas experiencias místicas para convertirlas en una cohesión e identidad social de millones de personas. Esa institucionalización de la experiencia mística, al mismo tiempo, tiene como consecuencia la invalidación de la misma en el plano de la experiencia individual. Un si no puedes hablar con Dios de la misma forma como lo hizo Jesús tu experiencia no es válida y más vale que ni le intentes porque para eso tienes a aquellos que te dicen como si lo puedes hacer.

Los santos, curas, obispos, cardenales, papas y jesuses, más que permitirnos el acceso a la experiencia mística nos estorban en el camino. La alejan jerárquicamente de nosotros. La condicionan a toda una serie de requisitos que son a todas luces imposibles de satisfacer.

Basta con analizar cualquiera de esos procesos de santificación, sus dimes y diretes, sus milagros reales o inventados, sus abogados del diablo y demás estatutos para darnos cuenta de que las instituciones religiosas no quieren ni pretenden que nos acerquemos, siquiera remotamente, a la experiencia mística que vivieron aquellos que sustentan el aparato institucional religioso.

Es natural para nosotros ver este estado de cosas en las Iglesias Cristianas en algunas de cuyas variantes nos formamos la gran mayoría de nosotros en occidente, pero lo mismo es aplicable a todas las demás religiones.

La religión y la experiencia mística en nuestro mundo actual están irremediablemente divorciadas y, sin embargo, la experiencia mística sigue tan viva en la cotidianidad individual que esas mismas religiones están siendo cuestionadas cada vez más seria y cada vez más masivamente.

El éxito de las sectas estadounidenses que tienen cada vez más adeptos es que mercadea con un cierto rango de posibilidades que les permiten a los individuos el vivir su mística. El rosario católico está agotado en este sentido.

El éxito de los suicidas fanáticos en el fanatismo musulmán en esencia es la misma historia. La promesa para el suicida es la experiencia mística llevada al extremo de la muerte y a la vaga promesa de que por medio de sus acciones tendrá un pase directo al jardín de las delicias.

El éxito de los gurús de la India que transmiten sus exóticas técnicas milenarias se debe, finalmente, a que nos presentan caminos no explorados en occidente.

En todas estas ofertas nos volvemos a topar con la falacia de la validación.

Si no cantas con fervor y aplaudes, si no te llevas a media docena cuando explota la bomba que tienes atada al cuerpo, si no tienes el retrato de la Gurumai o los pies de Sai Baba en tu altar no estás cumpliendo con los requisitos esenciales. Tu experiencia no es validada y, como siempre hay requisitos que no conocías o que no te puedes brincar (como será existencialmente posible brincar más allá del pecado original), te quedas, como todos, en la búsqueda.

Hay que darle su debido valor a la experiencia mística en el plano individual. Hay que redefinir los parámetros de validación más allá de los parámetros validados por las tradiciones o instituciones establecidas. Ese es el punto de arranque y esa es la discusión con la que tenemos que comenzar a trabajar.

No sé si es etimológicamente correcto asociar lo místico con el misterio, pero si se que el misterio, el acceder a esa parte desconocida y misteriosa de la existencia es la clave para revalidar la experiencia mística en la vida cotidiana. Y la vivencia del misterio es algo que todos compartimos. Cada uno de nosotros la tiene y la tiene muy a su manera.

Lo que hay que evaluar es si esa vivencia del misterio tiene que estar asociada forzosamente con lo divino para que se convierta en una experiencia mística y mi propuesta es que de ninguna manera es válida esta asociación. Si lo fuera, cada uno de nosotros tendría el deber y la necesidad de crear su propia religión y existen claras limitaciones institucionales para que esto suceda.

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